lunes, diciembre 24, 2007

Matthias Grünewald: el (espinoso) tema de la carnación


Afortunadamente en la pintura no se ha establecido un género de “terror” así como en el cine y en la literatura; justamente gracias a eso es, quizás, el arte que se hace más escalofriante y aterrador cuando maneja cierta matemática del espíritu y eso, a pesar de plasmarse en un plano bidimensional e inmóvil. Al no estar enmarcada por las leyes de un género, la monstruosidad en la pintura tiene la potestad de ejercerse justamente en tanto que monstruosidad, es decir: lo que no se puede clasificar, lo que está en los límites de lo nombrable y lo innombrable, trance de devenir, forma-en-formación, forma no formada aún, representación de la noche y de la pesadilla afiebrada, estadio de transe cuando el lenguaje se vuelve loco, revolución de la cosa contra la palabra, insurrección del instinto contra el intelecto, magnetismo hipnótico hacia la muerte y la repulsión innata de todo ser vivo hacia la misma, carne contra carne, mordiscos, golpes, lágrimas, dientes y garras, caballos enfurecidos y olas gigantescas de mares negros como la noche más negra de la materia, sangre estallando por las pupilas de los condenados y dientes chirriando de pavor, bocas jadeando del deseo aquel, infinitamente insatisfecho.

Uno sabe que cuando va al cine a ver una película de terror se va a enfrentar con cierta estructura de forma y elementos de contenido específicos y propios del género, no hay sorpresa y por ende no hay monstruo ni monstruosidad – al menos no en un esquema predecible –. A pesar de que no existe la pintura de terror como género o “escuela”, podemos recoger, en la historia de esta noble práctica una serie de artistas que se han abocado a una isotopía simbólica y plástica que plasma las infinitas ansias del ser humano de conocer el más-acá (para separarlo del más-allá trascendental) de la condición carnal, la razón de la caída, el origen del Mal. Hablemos de El Bosco, Brueghel el Viejo, Henry Fuseli, Francisco de Goya, Lovis Corinth, Otto Dix, Gustav Mossa, Chaim Soutine, Francis Bacon, Frida Kahlo, etc, etc. ¿Qué tienen en un común estos artistas sino la voluntad de plasmar, de abstraer (todo arte es abstracción) esa parte del inconsciente que nos recuerda la implacable condición mortal de nuestro ser? ¿Acaso no pretenden con su pincelada hacernos ver aquello a lo que la mayoría de las sociedades (sobre todo la sociedad moderna) le dan espalda? ¿No coinciden ellos, a través de los símbolos representados como de la técnica de representación, con la intuición bachelardiana de que, en última instancia, es la materia quién domina a la forma? En ese caso, la búsqueda estética de estos artistas se alejaría, en sus principios mismos, del clasicismo (sea cual sea la época) que busca la abstracción de las formas perennes e inmutables del universo y de lo bello en él.


El pintor, desde la percepción meta-representativa del creador, descubre rápidamente mediante la plástica del óleo esa intuición mística y fractal según la cual el cuerpo es paisaje y el paisaje es cuerpo: una misma sustancia – plástica – los constituye y una misma fuerza – espiritual – les da forma. El cuerpo, la visión del cuerpo, la posición ante la corporeidad, devienen, ante los ojos del pintor, la representación del universo y sus leyes; así como el tiempo es la “materia” en la que el músico deberá extender obra y cosmovisión. La representación del cuerpo es, por ende, una clave de lectura de una fertilidad inconmensurable cuando se trata de pensar en la historia de la pintura y de su aporte al conocimiento universal del ser humano. Todos los artistas anteriormente citados coinciden en una visión carnal del cuerpo, una posición opuesta consistiría en depurar lo más posible al cuerpo de su carnalidad llevándolo a un nivel ideal, luminoso, atemporal, arquetípico: los ángeles y las figuras helénicas del renacimiento florentino no son sino esa voluntad de quitarle al cuerpo la condición corpórea para, por vía de la re-presentación, impulsar la imaginación hacia lo inmutable, lo incorruptible. Subyace allí la voluntad monoteísta de sugerir la potestad de ese Dios Único, Omnipresente, Omnisciente y Omnipotente. Sin embargo el cristianismo (a diferencia del Islam y del judaísmo) siempre sufrió de una ambigüedad simbólica respecto a la carne y a la condición carnal del ser: su divinidad, Jesucristo, se empeñó de una manera casi sociópata en participar de la condición mortal, por ende carnal, de la humanidad. Por un lado, el cristiano tiene la herencia purificatoria del judaísmo y la idealidad del platonismo pero también padece (el término es preciso) de una atracción fatal y sado-masoquista por la carne y sus dos manifestaciones extremas que son el dolor y el placer.






Este ensayo no pretende psicoanalizar al ideal-tipo cristiano, simplemente vale aclarar que el desvío por una teología de la encarnación nos servirá para aclarar la relación privilegiada que tuvieron y tienen los pintores que heredaron la iconografía cristiana con respecto a la representación de la carne-devenir, carne-muerte, carne-deseo, lo que es equivalente a decir: la carne carnal. De hecho, se podría decir que para muchos pintores, la Pasión de Cristo, el cuerpo de la pasión, es el soporte plástico, estético de esta condición trágica y universal de la vida que es el devenir, el tiempo y lo que el tiempo acarrea. El cristianismo, a través de la puesta en escena de la Pasión, ha permitido al artista occidental una estetización de la muerte, una transmutación del dolor universal en emociones estéticas. Por ello, no es de extrañarse que pintores de vanguardia y no necesariamente creyentes como Francis Bacon, Lovis Corinth o el mismo Picasso hayan sentido la atracción por la simbología de la Pasión y la estética de la puesta en escena de la carne viva en la crucifixión.

Gilbert Durand, erudito mitodólogo* post-bachelardiano, encuentra una concordancia estructural entre la simbología de las profundidades (la caída), la oscuridad (la noche) y la impureza (la carne, la sangre expuesta): el pintor heredero del cristianismo tiene una legitimidad para explotar la potencialidad estética de esta constelación imaginaria, de esta isotopía, a través de la imagen del Cristo crucificado. Es, muy probablemente, Matthias Grünewald (1470 - 1528), pintor alemán del renacimiento quien encarna mejor que nadie está voluntad de plasmar la insensatez, la irracionalidad de la materia corporal que, sin embargo, es más real que cualquier realidad y más determinante que cualquier utopía idealizante cuando se hace patente aquello que, en momentos de normalidad (espiritual, psicosocial, etc.) está, justamente, en estado de latencia pero al acecho, como un animal en la jungla oscura del inconsciente, esperando el momento justo para hacerse conocer.


Cristo muerto. El cuerpo: tendido, a penas yaciente. Tatuada de dolor la mueca rígida de su rostro, la muerte oliendo al verde blanquecino de pellejo estremecido, las heridas hinchadas, infectadas, los dedos contorsionados de dolor, los estigmas… todo concentrado en una imagen que totaliza el dolor y el vacío consiguiente. En muchas cosas difería la simbología del alemán respecto a sus colegas italianos pero, sobre todo, difería en su visión del cuerpo, en las carnaciones. Estás últimas son, cuando de la representación de la figura humana se trata, el vehículo para el viaje, para intuir, por vía estética, el corazón de aquello que se quiere representar. El renacimiento italiano propone un cuerpo depurado, hasta en motivos como La Piedad o la misma Crucifixión. Grünewald, contrariamente, aprovecha de la potencial irracionalidad que simboliza la carne cuando es representada como tal. Él también estaba fascinado con la medicina y la anatomía como Leonardo o Miguel Ángel pero, en su caso, era en la patología, la vulnerabilidad y el proceso degenerativo donde se manifestaba la esencia de lo corpóreo: la transformación de esa Tragedia en belleza a través de la alquimia de la pintura se hizo su misión más que una búsqueda platónica de la belleza en sí. En la esquina izquierda inferior de Las Tentaciones de San Jeremías en uno de los retablos del altar de Isenheim vemos una criatura de tez verdosa; ser débil, enfermo y vil, abatido, plagado de purulentas erupciones que sugieren explícitamente el dolor y la fiebre. El santo enfrenta visiones que no tienen nada que envidiar en su cualidad onírica a la obra de pintores de vanguardia del siglo XX como René Magritte o Arturo Borda.

Misterioso, místico, atento y vigilante respecto al desencanto que acarrearía la modernidad – cuando todos veían en su germen prometeico la liberación de la humanidad –, Matthias Grünewald cual un San Juan de la Cruz de las artes plásticas nos sume, con su sublime pincelada en esa Noche del Alma: a la vez dulce y dolorosa, consolación y tortura, fuente de lágrimas y de ternura. ¿Acaso no es así la vida que nos toca vivir? ¿La muerte que nos tocará morir? ¿Acaso no es eso más próximo a la creación y a los misteriosos designios de Dios que la idea exclusivista y moralista de un hombre depurado de su animalidad? Es estremecedora la idea de que cinco siglos después una obra permanezca igual de poderosa y significativa. Es, a mi juicio, el síntoma de que Grünewald manejaba más símbolos universales o arquetipos en lugar de concentrarse en los fenómenos de moda y las tendencias de la época. Tenemos, en el legado de este extraordinario artista, a un ancestro evidente del simbolismo, surrealismo y expresionismo – no es casual que éste último emane de la tierra que lo vio nacer muchos siglos antes –. La historia y la crítica, sean políticas, del pensamiento o de las artes, siempre sesgan, seleccionan, ordenan, clasifican, dan forma a los hechos que, en sí, son innumerables y de una complejidad e intrincación imposibles de ser comprehensibles sino es a través del afilado bisturí de los “especialistas”, quienes poseen el monopolio del saber legítimo – parafraseando al gran sociólogo Max Weber –. En ese incesante trabajo de críticos e historiadores por clasificar los hechos de la vida humana es innegable que hay omisiones, preferencias, exclusiones y juicios de valor tan sujetos a fenómenos contextuales disfrazados de "objetividad" (el término es preciso ya que en la historia, vista como ciencia, al darle prioridad a un hecho en lugar de otro implica otorgarle más valor en cuanto a su importancia en la concatenación cronológica de los hechos del mundo) que dejan de lado, voluntariamente o por accidente, fenómenos que - la historia misma se encarga de comprobarlo - son innegablemente un eslabón mucho más fuerte y determinante en la cadena de sucesos que aquellos que resaltan en apariencia - muchas veces debido a que se deben tan sólo a fenómenos de moda que, por la fascinación que generan en su contexto, aparentan universalidad -. Tal es, desde nuestra perspectiva, el caso con Matthias Grünewald; el porte de su obra es quizás tan importante como el de otros pintores de la época reconocidos como Maestros de la Humanidad: me refiero a Tiziano, Miguel Ángel, Rafael, Boticcelli, El Greco o El Bosco, quién hoy por hoy es quien se lleva las flores en historia del arte respecto al aspecto “visionario” de su obra.

Es menester rendir homenaje a esos Maestros que, si bien no olvidados, no han recibido la importancia que ameritan. El altar de Isenheim quedará siempre como un patrimonio mayor del arte occidental y una contribución invaluable de la cultura europea a la humanidad entera. Matthias Grünewald, cuyo legado se resume a diez pinturas y treinta y cinco dibujos, representa una síntesis atemporal de aquella búsqueda “maldita” de toda una horda de pintores que, rompiendo con la academia y el clasicismo, se decidieron a ir tras esa “otra” belleza, esa que está irremediablemente enredada con la muerte, el dolor y la soledad, como la belleza de la vida misma, tan ajena a esa idealización platónica de separación y exclusión de lo corporal, lo material, lo mortal del ser. Quizás por eso, su obra estuvo ignorada hasta la hora de las vanguardias (hijas del desencanto). Hoy por hoy, tras haber vivido el siglo XX y los inicios de la (dudosa) posmodernidad, su obra no suscita simple admiración sino algo más: nos obliga a darle un lugar determinante en el pedestal de los Maestros cuando de historia del arte se trate. Además, sus visiones siempre serán un vehículo privilegiado a esa Noche del Alma, al misterio de vivir y de morir, a la esencia de la encarnación y su consecuencia trágica: la Pasión.




* Mitolodogía es el nombre de la disciplina que ha fundado Durand dada la radical novedad en su posición epistemológica respecto a la semiología, critica literaria y filosofías positivistas y estructuralistas.

viernes, diciembre 21, 2007

Bifurcaciones de esencia y presencia entre los más grandes fenómenos del deporte

Es muy temerario hacer afirmaciones del tipo “estos fueron los mejores de la historia”, pero lo cierto es que en esta ocasión no me importa ser temerario, ni ser juzgado como idiota por proferir semejantes aseveraciones, ya que incluso si no la hago no me da ni para comenzar el artículo de marras.

Dejando las digresiones, me tiro a la arena y profiero: los mejores deportistas de la historia (sin orden preferencial) fueron Michael Jordan, Diego Maradona, Mohammed Alí y Pelé. Sería demasiado largo e intrincado el explicar el por qué de la elección, vamos a dejarlo como un vulgar exabrupto dogmático expuesto por mi persona, que someramente podré justificar.

¿A qué quiero llegar con esta selección de estrellas del deporte? Que en esta selección distingo claramente, dos vertientes de deportistas, y que en esa esencia se bifurcan dos formas de seres humanos. Las antípodas estarían conformadas por un lado por Jordan y Pelé, y por el otro por Diego y Alí.

Creo que es indiscutible la grandeza que alcanzaron todos estos deportistas en sus respectivas disciplinas, Jordan redescubrió los aires del cielo con sus acrobáticos vuelos y su letal precisión en la muñeca cada vez que esta tiende a temblar, o como dice bien el dicho criollo “cuando las papas queman”, lo mismo que Alí enseñó a las mariposas otro ritmo de vuelo con más cadencia y desparpajo, así como a todos los insectos himenópteros que nunca un aguijón había de ser tan letal, Pelé hizo del gol una religión que real o hipotéticamente bordeó por arriba o por abajo el millar de feligreses y Diego permutó su pierna izquierda en un sombrero de mago, en una caja de sorpresas, en un diabólico instrumento con los únicos fines de marear a los contrincantes, seducir al balón y enamorar al arco. Todos fueron especiales, todos fueron monumentales, pero todos fueron diferentes, aunque unos más que otros.

Jordan y Pelé siempre fueron impolutos, al menos eso trataron de hacer ver siempre. Fueron ídolos del “mainstream” que los reconoció como hijos pródigos, intachables en su conducta y en la ejecución de su arte, fueron amados por casi todos, odiados por casi nadie, fueron abanderados de marcas que más que deportistas, buscan la amalgama de un modelo de vida vestido de deportista o viceversa, ambos se dedicaron a la empresa, a propagar su fama más allá de la cancha que los vio nacer, crecer y brillar, las multinacionales se convirtieron en sus primas hermanas, los gobiernos encontraron en ellos vehículos para tender un puente con su pueblo y tantas cosas más.

Diego y Alí nunca pudieron callarse, nunca alcanzaron todo lo que podrían haber alcanzado en la cancha como en el ring, nunca alcanzaron el consenso de las masas, jamás fueron peones de nadie, no traicionaron a nadie más que a ellos mismos porque nunca pactaron, su voz les restó gloria, fueron tan amados como odiados como denostados, su corazón fue tan grande como sus logros, pero nunca para nadie fueron indiferentes y nunca su voz dejó de escucharse retumbar.

Todo lo que en apariencia es ejemplar de Jordan y Pelé, me parece que no es ejemplar sino aparente, superficial y en el meollo falso. Todo lo que en Diego y Alí parece rebelde y desfachatado, politicamente incorrecto, mal ejemplo, hábito o actitud, puede ser bueno o malo, pero es en definitiva humano, por ende auténtico, no fabricado. Jordan y Pelé parecen sujetos de diseño con su inobjetable y recetable modus vivendi digno de un popurrí de revistas compuesto por Marie Claire, People y GQ. Diego y Alí hicieron cosas feas y perturbables, Diego se drogó, y no poco, sino muchísimo, mando a cagar al Papa y a docena de poderosos, Alí mando a tomar por culo a su gobierno y renegó de su nombre de origen aferrándose al Corán. ¿Bien hecho? Si . . ., no . . ., quizás, tal vez, como decía Larry Flint “las opiniones son como el culo, cada uno ostenta el suyo”, pero ellos siempre fueron de frente, obedecieron su ley, su instinto, ahí estuvo la clave de su éxito, ese fue su camino a la debacle.

Nunca se sabrá con claridad porque Jordan tuvo que dejar el baloncesto por año y medio en el pico de su carrera y si eso tuvo algo que ver con la muerte de su padre y con el mundo de las apuestas; nunca sabremos si Pelé se comportó como un degenerado detrás de bambalinas, puede que sí, puede que no, ¿qué pronósticos harían los apostadores británicos?. En cambio Diego la cagó, entre sus bravuconadas verbales, su irreverencia y su indisciplina con los tóxicos “privó” a Argentina de enfrentar la final de la Copa del Mundo contra Brasil en 1994; Alí, a su vez, estropeó el mejor momento de su carrera por ser un individuo contumaz y terco, en refrendar que no creía en la guerra al deberse al Islam y a su libro sagrado, en no acatar lo que el gobierno estadounidense decía y cagarse en su dictamen y por decir sin rubores “yo no tengo problemas con los Viet Cong . . . ellos nunca me llamaron negrata (nigger)” haciendo referencia, que sí, tenía problemas con muchos de sus vecinos y compatriotas.

El éxito deportivo de los cuatro es distributivo, no así lo que su vida fue fuera de los campos de juego, ahí triunfan, siempre en apariencia y según recetan las revistas de “Lifestyle & Living” o según Nike o los que hacen campaña contra la impotencia y la piratería, Jordan y Pelé, que son el epítome del decoro, la decencia, el aseo y la pulcritud. Según los que propagan que un deportista no puede ser un mal ejemplo, por ende no drogarse o no obedecer a su patriótica institución nacional, o no cagarse en los notables sólo por el hecho de que sean notables, Diego y Alí han fracasado, son el epítome de la decepción y el fracaso.

Al final queda lo que hicieron en el deporte, todo lo demás ya será de cada uno a evaluar. Yo ya sin dogma, sin imposición y con una mirada subjetiva mezclada de miopía con hipermetropía me quedo con Maradona y con Mohammed Alí, porque como todos nosotros, antes de ser buenos o malos, cojudos o pendejos, lindos o feos, deportistas o pataduras, son y serán humanos, “humanos demasiado humanos” y esa faceta débil, falible o fracasada que exhiben Diego y Alí, me provoca mucha más emoción y ternura, que la fachada que me presentan Pelé y Michael Jordan pulida, exitosa y por último, sumamente falsa.

jueves, diciembre 06, 2007

"Forever, stronger than all"

"A new level of confidence and power"
A New Level, Vulgar Display of Power, Pantera

Retornando a los 90s, esa década donde empezamos nuestro súbito despertar a la vida y a la pseudoidentidad, situados en una adolescencia plagada de acné, masturbación y amores cojudos, es imposible alienarnos de la influencia que la música profesa en esa edad rabiosa, idílica y desconcertante. Desde los jeans rotos y los pelos sebosos de Kurt Cobain, a las bases crespas perfectamente delineadas y camisas negras apretadas de los cuatro integrantes de Metallica, mi panda y yo nos vimos atrapados en un cerco incomprensible y “radical” llamado rock, o metal, el cual fue un acicate para nuestros ojos y oídos vírgenes, y para nuestros cuerpecillos estrellados ante tanta brutalidad incomprendida que emanábamos en las colisiones y patadas que nos repartíamos al tratar de imitar a nuestro flamantes ídolos.

Dentro de ese desenfrenado cauce de puntazos y descubrimientos musicales apareció una banda de nombre Pantera, cuyo apelativo primeramente me sonó al de la icónica banda mexicana Pandora (“como te va mi amor” le suena, seguro que sí, y si hoy pienso en una antípoda musical mayor, me cuesta toneladas encontrarla) cuando apenas nos la presento mi amigo Pepe, quien con una excitación sobresaltada nos hizo escuchar la canción “Fuckin´ Hostile” cuyos chillidos finales nos dejaron a todos impresionados por no decir acojonados, nunca, y recalco, nunca habíamos escuchado algo así, algo tan brutal, tan desgarrador, tan plagado de incomprensible ira. Y esto sólo era un primer vestigio, pero como bien dicen, nunca hay una segunda chance para una primera buena impresión. Dicho y hecho, Pandora, mierda, diré Pantera era una huevada muy tenaz, una suerte de epifanía, un descubrimiento que no iba a ser una de las intrépidas experiencias adolescentes que pasa al olvido tras pasarse un paño de Clearasil por el pómulo.
Pantera a partir de ese día fue como una comunión, un pacto hecho con la inventada rebeldía que ostentábamos, era una excusa para ostentar ira, bronca, era una vertiente de brutalidad arraigada a una realidad que Phil Anselmo vomitaba en sus abusivas letras, que el finado Darrell desplegaba en sus atronadores riffs y que Vinnie Paul y Rex castigaban en sus endiablados ritmos. Sin quererlo Pantera significaba el primer atisbo a los ojos de Satán, una justificación injustificablemente justificada de todo, un sentido desnudo, pero sentido al fin, una bofetada deleitable y cruda, una vocación y un grito desmesurado, un motivo y una patada.

Pantera desde entonces fue todo eso y más, ya que pese a ser una bomba aglutinadora de pasiones adolescentes, ha sido la banda más brutal que ha tenido la historia del rock, hoy a la distancia no me queda duda alguna. La aparición de Pantera no fue un sopapo (tan elocuente como la tapa de su disco “Vulgar Display of Power”) sólo para unos irredentos adolescentes paceños, sino para toda la escena de la música. Pantera irrumpió brutalmente sin conmiseración, no tomó prisioneros, fue una patada voladora que derribó la puerta. En 1990 el “Cowboys From Hell” con su canción homónima presentaba otro tipo de vibraciones, una nueva forma de entender lo que otrora habían hecho Black Sabbath, Judas Priest o Kiss, una forma inédita de traducir rock, metal e incesantes cabreos. El “Vulgar Display of Power”, al cual nosotros nacimos, ya no era un ensayo asombroso, era un puto manifiesto, desde su portada, hasta los últimos acordes de “Hollow”. La primera canción “Mouth For War” te escupía en la cara las nociones con las que Pantera iba a conducir sus torcidos pasos a través de su carrera musical y vivencial, “A New Level” era de lo que su música se trataba y “Walk” su consigna existencial. El Vulgar es quizás el disco más brutal que se haya hecho, pero no, tenía que venir el “Far Beyond Driven” y es que ellos, en los meros títulos ya decían todo lo que ofrecía su insobornable y bestial descarga musical, el Far es un experimento desquiciante, donde Darrell carente de toda cordura reinventó la guitarra eléctrica para dejar un tatuaje indeleble en la historia de la música, para subir a ese Olimpo de dioses que ostenta a los desarrapados Hendrix, Zappa o Randy Rhoads. Pantera había llegado a una cima inalcanzable para bandas sin pactos con el más allá malvado. La insanidad había llegado a su sumum.
"Goddamn electric"

Llegaron a posteirori el “The Great Southern Trendkill” y el “Reinventing The Steel”, que cómo no, eran otra vez títulos tan acertados como arrasadores, pero presagiaban cosas que Pantera no sólo había profetizado, sino que ya había hecho carne lacerada de la profecía, la historia ya estaba escrita, aunque no hay epifanía sin un cristo y el cristo fue Darrell vilmente baleado en un concierto cuando Pantera ya era una atronadora vibración del pretérito. Con Darrell caído se cerró el círculo, la misión ya estaba terminada.

Los vaqueros del infierno desplegando su vulgar desempeño de poder habían ido más allá de todo lo manejable deviniendo en esa gran maquina sureña aniquiladora de tendencias que con su propia tendencia reinventaron el metal, para que después de ellos, la adolescencia, la juventud, el rock, el metal, la brutalidad, la violencia interior, la vida misma, finalmente la música, nunca fuera lo mismo.


Escuchar: Cowboys From Hell, "Cowboys From Hell", Pantera

Escuchar: Walk, "Vulgar Display of Power", Pantera

Escuchar: 5 Minutes Alones, "Far Beyond Driven", Pantera

sábado, diciembre 01, 2007

calambre literario (de la R.A.E.)


1. f. Índole, naturaleza o propiedad de las cosas.
2. f. Natural, carácter o genio de las personas.
3. f. Estado, situación especial en que se halla alguien o algo.
4. f. Constitución primitiva y fundamental de un pueblo.
5. f. Situación o circunstancia indispensable para la existencia de otra. Para curar enfermos es condición ser médico. El enemigo se rindió sin condiciones.
6. f. Calidad del nacimiento o estado que se reconocía en los hombres; como el de noble, el de plebeyo, el de libre, el de siervo, etc.
7. f. Cualidad de noble. Es hombre de condición.
8. f. Der. Acontecimiento futuro e incierto del que por determinación legal o convencional depende la eficacia inicial o la resolución posterior de ciertos actos jurídicos.
9. f. Arg. Baile tradicional de salón que ejecutan parejas sueltas e independientes. LA condición.
10. f. pl. Aptitud o disposición.
11. f. Circunstancias que afectan a un proceso o al estado de una persona o cosa. En estas condiciones no se puede trabajar. Las condiciones de vida no nos eran favorables.12.f. ¿Qué quieres de mi?
13.f.
f. ¿Qué de mi todavía?
14.f. ¿Qué es una condición?
15.f. Alcohol
16.f. Bolivia
17.f. ¿Qué más quieres?
18.m. ¿A caso no es lo que tu quieres una condición=plata (argentum)
19.m. ¿Cuanta sangre has derramado Europa*?
20... Esperamos que cuando la bebas te contracción espasmódica, involuntaria y dolorosa de ciertos músculos, particularmente de los de la pantorrilla.
21. f. ni selas cuento



* ¿Por si a caso?

jueves, noviembre 22, 2007

Fantasmas, entre la añoranza y la lontananza


“Escribí este libro para los fantasmas, que son los únicos que tienen tiempo porque están fuera
del tiempo.”

Roberto Bolaño,
Amberes

















Los fantasmas existen, y vaya que existen.

Bolaño no erra al otorgarles ontología a los fantasmas.

Bolaño nos refiere al tiempo como la dimensión en la que los fantasmas pululan. Otra vez está en lo cierto.

El tiempo es una de las dimensiones fantasmales, los fantasmas habitan en el tiempo y sobre todo en el sentido más temporal que los humanos poseen: la memoria.

La memoria es la casa de los fantasmas.

Ellos deambulan por la memoria con asiduidad,
haciéndose presentes con inopinada recurrencia,
recordándonos de su existencia con frecuencias irregulares,
que como también sabemos
hay fantasmas y Fantasmas.

Goya nos dibujaba los monstruos de la razón; bueno, si la razón tiene monstruos, la memoria tiene fantasmas, por ende todo ser humano que la tenga en alta o baja estima, pero tenga memoria ostentará uno o unos cuantos fantasmas. Los sueños de la razón tienen monstruos, dice y graba, para ser más precisos Goya y Lucientes, y los fantasmas también se mezclan mucho en los territorios de lo onírico, ya que los sueños es otra inespacialidad que los fantasmas disfrutan de pasear. Las tramas de Morfeo son de las visitas fantasmales más vívidas que uno puede enfrentar, a veces con un palpable terror por lo rotundo, palpable e impresionable de la vivencia, ya que hay pocas realidades que ericen tanto la piel como un sueño recordado sobre todo si tuvo de invitado a un fantasma.

Intentando delinear las “cronografías” de los fantasmas, ya sabemos que son asiduos habitantes del tiempo, de la memoria, del sueño, pero también son atrevidos y se nos revelan en la realidad empírica, pero nunca como espectros visuales y menos vestidos de una sábana percudida, tampoco como una palpabilidad táctil o gustativa, sino que los fantasmas urden sus apariciones a través de olores y sonidos, dos armas que cual invisibles efluvios atomistas, toman contacto con sus respectivos sentidos otorgando la facultad de la presencia mediante evocación -otra vez la memoria, que casualidad-, ya que la memoria nos devuelve, y fantasma es por esencia sinónimo de pasado, pero el pasado no equivale a muerte, y en ese limbo entre el pasado y la muerte, presente y vida deambulan los fantasmas, devolviéndonos, retrotrayéndonos a un “aquel tiempo” presencial o figurativo donde aquel o aquella fantasma solían habitar y compartir y reír y gruñir y beber y escuchar y besar y mirar y carajear y follar y soñar en fantasmas y evocar y figurar, ya que ese fantasma alguna vez existió en tres dimensiones y seis sentidos y hoy ya no es, sino un fantasma, y si para Goya y Lucientes los sueños de la razón tienen monstruos, para mí los sueños y el pretérito tienen fantasmas, los cuales podrían ser monstruosos, pero a mi experiencia no lo son, son más bien entrañables primos de la nostalgia, amantes de la añoranza y de la lontananza; por su misma esencia inefables, tristemente inasibles, profundamente y disfrutablemente evocables y, ojalá, una inextinguible e irremplazable compañía.

Por todo eso y mucho más, los fantasmas existen y vaya que suerte que estáis.


“De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, solo deseo recuperar
la disponibilidad cotidiana de mi. . .”

Roberto Bolaño, Amberes

miércoles, noviembre 14, 2007

Mis cinco (actuaciones) predilectas

Quiero hacer un homenaje a esa tarea tan crucial en el cine que es la interpretación, elijo cinco porque es un número maravilloso y elijo estas cinco sin orden específico porque a mi opinión, son las más memorables del cine. El hecho de que todos sean actores anglosajones no me extraña dado que si en algo tienen hegemonía los anglosajones es en su producción masiva de actores de primer nivel. No hay que negarlo y eso no quita que en la historia de esta noble práctica artística hayan habido maravillosas performances de oriundos de todo el orbe. Con este post quiero ceder, por primera vez, a la tentación de poner este género: "Mis cinco predilectas", una forma de conteo que nos es tan sabrosa a los cinéfilos y ramas afines. Aquí vamos.

Gloria Swanson (Sunset Boulevard): Mientras el cínico guionista Joe Gillis encarna ese lado masculino, pragmático (por no decir instrumentalista) y solar a través de su apego implacable al Verbo; Norma Desmond, antigua vedette del cine mudo, representa la oscura, voraz y nocturna naturaleza femenina. Nunca una actriz ha encarnado mejor la tragedia hollywoodiana, la caída de una divinidad y la locura consiguiente. Ya Wilder, antes de la modernidad cinematográfica, nos regala esta joya proto-moderna donde el cine, por primera vez, se ve a sí mismo y, como en todo fenómeno especular, la sustancia que emana no carece de veneno y matiz escarlata. Gloria Swanson es gigantesca y el último plano de la película queda como estampa de esa magnitud.

Laura Dern (INLAND EMPIRE): Si Lynch, hasta Mulholland Drive, había explorado el fenómeno del Doble, en INLAND EMPIRE da un paso más adelante. ¿Qué importancia tiene la lógica del Doble si no es aquella según la cual uno no es idéntico a sí mismo? Vale decir que, si uno no es uno, qué importa ser dos o tres o cinco. El ser múltiple nunca es explorado de una manera tan trágica, oscura y pesadillesca como lo es en este opus del cine digital. El desafío de Laura Dern es importantísimo y los frutos lo son aun más. La alta rubia nos lleva por una gama inmensa de formas de ser (mujer), es eso lo que la hace a la vez tan entrañable y repulsiva. La mutación e inestabilidad identitaria que siempre han obsesionado al director encuentran en esta combinación con su actriz fetiche un apogeo y un viaje por el laberinto jamás concebido en la pantalla grande.

Miranda Richardson (Spider): Exquisita, sutil, virtuosa... a Miranda Richardson le toca cargar un peso enorme respecto al sentido que encierra la tremenda historia de Spider (donde Ralph Fiennes y Gabriel Byrne juegan roles extraordinarios también). La araña, la mala madre y la buena madre, la puta y la mujer autoritaria, todo atravesado por una imagen, un rostro que los asume todos y por ende, no representa a ninguno con certeza. En esta hermosa y triste historia marcada por el Edipo freudiano, la actriz inglesa se encarga de que los delicados cristales de la sinfonía narrativa de este rompecabezas no se vengan abajo y podamos comprender la tragedia subyacente. Performance literalmente alucinante.

Jeremy Irons (Dead Ringers): ¿Podrá haber mejor actuación que la de Jeremy Irons en Dead Ringers? Lo dudo. Elliot y Beverly Mantle son y serán los gemelos más reales, dentro de lo humanamente posible, en la historia del cine. Su historia es tan tremenda que, para el espectador, es difícil pensar que la película es una obra maestra de los efectos especiales al juntar en dos roles sin ambigüedad al mismo actor, en la misma pantalla, en escenas desencarnadas, llenas de angustia y emociones tan difíciles de transmitir de manera convincente que si no es a través de una interpretación virtuosa pueden derivar en cualquier pastiche melodramático. Por ello, el maestro Cronenberg (papá en dirección de actores) pensó que era más fácil conseguir a un actor brillante que actúe de dos gemelos y hacer una película de efectos especiales en vez de tomarse la tarea de buscar dos gemelos que sean capaces de llenar las expectativas en la pantalla.


Ed Harris (Pollock): Uno de los principales desafíos del actor, a mi juicio, es entrar lo más posible en el personaje pero no quedarse varado allí (al más puro estilo de la pesadilla lynchiana). En la historia del cine, una de esas aproximaciones límite es, sin duda, la de Ed Harris representando al conflictivo pionero en el expresionismo abstracto Jackson Pollock. Interpretar pintores tiene una doble dificultad: la primera, inherente a toda representación de un personaje histórico, es que el juicio también incluye los datos históricos fehacientes, los hechos registrados (más aun si se trata de un contemporáneo que ha sido entrevistado, fotografiado, filmado, etc.). La segunda dificultad emana propiamente de la representación de un personaje perito en alguna técnica específica: Ed Harris ha tenido que aprender a pintar, si no como Jackson Pollock, al menos ha tenido que asumir el vigor, aprender la quasi-danza del transe pictórico que llevaba a cabo el genio norteamericano. El resultado es una penetración única en el espíritu del artista plástico y en su vida y sus pasiones. Me saco el sombrero.

¿Están o no de acuerdo? ¿Por qué? Se espera sugerencias y comentarios

viernes, noviembre 09, 2007

Los descendientes de Magdala

No hace mucho que me he enterado que la tierra no es exactamente redonda, es lo que se denomina como geoide. Valiente definición esa que el término ad-hoc describe en sí mismo lo que se quiere decir. Uno dice silla y puede imaginarse cualquier cosa que tenga cuatro patas, pero así son las cosas en el mundo en el que dicen que una imagen dice más que mil palabras...
Palabras. Qué escurridizas que son, sobre todo en manos de informáticos. De hecho, estos sólo saben de etiquetas. Así pasa, que son capaces de ir en frac con deportivas. De todos modos, ahí tenemos a los hagiógrafos de san google y a los exégetas de microsoft, poniendo labels a todo lo que se mueve por la red de redes. ¡Qué curioso que entre todo lo que huele a profeta tenga relación con el pescado! Pero bueno, ya nos dimos por aludidos y sabemos que las cosas actualmente están así, uno teclea una palabra cualquiera para realizar una búsqueda, y acto seguido, pues eso es lo que debe ser los 0,0316 segundos que tarda el programa en cuestión, aparecen equis o ene lugares (dependiendo de si la variable es una incógnita o tiende al infinito, y sin pinzas) en los que el término en cuestión aparece reflejado cual espejismo, reseñado cual consejo, o simplemente escrito.

Supongo que si uno quisiera ser un snob acorde con los tiempos (tiene su sentido precisamente por lo paradójico), pues como decía, si alguien quiere llamar la atención de un buscador de internet, quizás un modo sería introducir en su cuaderno de bitácora (otro concepto que tiene mucho que ver con el mar) palabras desconocidas, o rescatar lo que incluso el DRAE deshecha por desuso, o simplemente nombrar lo que todavía no se ha dicho. Yo lo he probado con los sinónimos de prostituta, pero he de reconocer que no he sido el primero, así que a los que tengan curiosidad por este nuevo juego, les digo que si buscan puta en la red no aparecerá mi link el primero, pero como dicen que en esta vida todo reside en venderse, hay al menos otras setenta fulanas que quizás les lleven hasta mí, y que bien ordenadas confunden soneto con sonata.


Las hijas de Eva



Favorita, Manceba, Cortesana,
Mujerzuela, Zorrón, Hurgamandera,
Entretenida Golfa, Barragana,
Querida Amiga, Amante Compañera.



Querindanga, Pelandusca, Churriana,
Daifa, Concubina, Combleza Hetera,
Buscona, Calipoterra, Fulana,
Horizontal, Ninfómana, Ramera.



Gamberra, Quillotra, Coima, Perdida,
Perendeca, Mesalina, Mozcorra,
Meretriz Callejera, Prostituta.



Mundana, Palaciega, Mantenida,
Loba, Hetaira, Zorra Periforra,
Putón, Putaña, Putañona, Puta.


(N.d.E) Agradeciendo a Iñaki por brindarnos una de sus astracanadas tan rutinarias e hilarantes en su blog La estirpe de Caín, inaugurando su tan afamada etiqueta en nuestro lar, hemos querido hacer de esta oda a la palabra, un asimétrico homenaje a la imagen, tan resistida por nuestro iracundo vasco, procurando crear una amalgama orgiástica de sonidos, colores y persiguiendo emanar enrevesados y sabrosos significados.

lunes, noviembre 05, 2007

Fernando León de Aranoa: los resquicios


“Nadie lo podrá impedir
esta noche iré hasta el fin
con los locos, los borrachos
con las putas y los guachos.

Al zaguán de un mundo liberado
al placer de un mambo marginal
al rincón de un juego desquiciado
hasta tumbar en plenitud,hasta tumbar.”

El viejo de arriba, Bersuit Vergarabat

Convengamos que, en general y para la mayoría, el mundo es una mierda. Una mierda en dos niveles esenciales: en el ámbito de los circuitos emocionales de la vida cotidiana y en el ámbito de las necesidades materiales para vivir con un poco de dignidad (si utilizáramos la burda traducción que la ortodoxia realizó de la teoría de Marx podríamos hablar de “superestructura y estructura”). Por un lado, en general, en el fondo, la vida de los humanos está signada por el tedio, por la acción maquinal e inocua, la existencia sólo es una larga construcción de nostalgias y melancolía, una espera larga y heroica de la triste noticia que llegará un día, encarnada en uno mismo o en las personas que mas uno quiere. Por otro lado, los humanos transitan la existencia buscándose la forma de encontrar mendrugos y objetos: cincuenta años de contar y repartir billetes que nunca tendrán, de construir casas que nunca habitarán, de vender cuerpos y amores que nunca alcanzarán. Una vida entera de actividades horribles y poco placenteras para poder existir materialmente. ¿Por qué, entonces, seguimos existiendo? Por los resquicios.
La persona que te hace temblar cuando se te aparece en un momento mágico, el cobijo tibio de la compañía labrada a través de años de amistad, el olor a ternura que despide tu hijo pequeño cuando está durmiendo, el grito atragantado en la garganta cuando por fin esa pelota se cuela entre las redes después de años y años de saborear el infortunio, la canción que se filtra entre tus huesos desde lejos mientras compartes alcohol y palabras, el momento en que tu piel se eriza y te vas por fluidos y sensaciones, el discurso que lanzas cuando tu hijo es bachiller y parece que todo el laburo hará que el futuro sea diferente en otra persona, el pasajero que sube y te dice que te pagara cinco veces la carrera si llegas en quince minutos al destino lejano. Eso, resquicios.

Me parece que el cine de Fernando León de Aranoa, uno de los más interesantes y sugerentes directores contemporáneos, se podría definir como un cine expresivo de esos resquicios, de esos espacios que permiten que toda una existencia de dolor y sufrimiento valga la pena. En “Princesas”, “Barrio” pero principalmente en “Los lunes al sol” (una película terriblemente hermosa, imperdible), observamos vidas jodidas (tanto a nivel sentimental como a nivel material) que encuentran en la amistad, los sueños y la comunidad de pares la posibilidad de esperanza, de redención, de sentido.
Las historias que construye el magistral realizador español esbozan esos resquicios condimentadas con otros aspectos esenciales: el humor y la emotividad. El tránsito de sus personajes encuentra otra posibilidad de redención (tanto para ellos como para el espectador) en el humor, en las conversaciones absurdas, en lo irónicamente contradictoria que es la vida muchas veces. Y, por otro lado, construye como muy pocos, momentos emotivos terriblemente impactantes, lo hace, además, sin artificios ni lugares comunes. Momentos donde el aliento se corta y parece que en el mundo ya no queda ningún lugar que posea algo de vida. Una mujer que entra a un cuarto de hotel donde recibirá la paliza de su vida, el cuarto de un alcohólico donde ya no queda nada para vender o disfrutar, un callejón oscuro en las afueras de la ciudad donde un niño entiende que la ausencia de su hermano se debe a la heroína. Las películas de León de Aranoa se mueven entre ese tránsito entre la emoción, el dolor, el humor y la ternura.

Si queda resquicio para la esperanza, si queda la posibilidad de un futuro mejor, si queda la fuerza para que esto no se vaya a la verga, habrá que acordarse de los personajes de este director español y de ver a lo lejos como vienen caminando unas putas solidarias, unos desempleados militantes y unos niños que sueñan con poder vacacionar alguna vez en una playa soleada.

miércoles, octubre 31, 2007

Telegrama Burroughseano


Demonios, amigo, dijo el diminuto mono de hojalata peluda trepado en el bonsai hipertrófico!!!!! --El explorador no pudo más que soltar una risita idiota que se metió bien doblada --bajo la tupida moqueta de la selva. Nos persiguen, amigo, quieren tener el control y huimos y saltamos y nos revolcamos y...demonios, amigo!!!! Era todo lo que el diminuto animal sabía decir. Y aún así, el explorador sentía el vértigo, los jugos gástricos recorriendo sus intestinos, el salto de una rana en un pozo invisible --parece increíble que la superficie del agua nocturna se rompa con tan poco. --Negra, agria, negra noche. Y entonces -- y entonces.

Bien, pasada la efervescencia del cut-up, vuelvo a mis cabales para proclamar, con la más absoluta convicción y certeza, que todo escritor que tenga un mínimo aprecio por algo que podríamos llamar la decencia o que podríamos llamar la atracción científica por la verdad, en algún momento de su vida, tendrá que enfrentarse a William Burroughs. Éste siempre está sobre el ring, fumando un cigarrillo tras otro, esperando a sus oponentes, nosotros. Casi todos llegan a él por azar y por gracioso que parezca, cuando alguien por fin se sube al ring y el combate empieza, William Burroughs se deja ganar. Basta un puñetazo en la mandíbula, algo casi cortés, para que el tipo se desplome sobre la lona. Desde ahí abajo, entonces, comienza a reírse a carcajadas y vos te quedás de pie, coloso de arena barrida por el viento. Vaya, vaya, parece decir sin interrumpir la carcajada, encendiendo un nuevo cigarrillo, arreglándose la corbata. Vaya, vaya.

martes, octubre 30, 2007

La máquina blanda

Bill Lee en Naked Lunch

Dado que los colaboradores del lar fueron abducidos por fuerzas gravitatorias emanadas de orbes superiores y carcachas galáctico-institucionales que se gestan en contextos gangsteriles y ciudades submarinas, además de ciertos relajantes musculares y amoríos de arquitectura bauhausalteña e indecorosos sucesos, me he permitido hacer una breve cita de este famoso personaje (merodeador del lar) que, a mi juicio, nos resume su (concepción de la) literatura en este sabroso pasaje de La Treta Maya:

"Es una operación exacta-Es dificil-Es peligroso-Es la nueva frontera y sólo deben postularse los audaces-Pero le pertenece a cualquiera que tenga el coraje y los conocimientos para entrar-le pertenece a usted-"
William Burroughs, La máquina blanda

No sé si es el humor o los humores, pero la palabra de Billy es fatal-mente atractiva.

Allegra Geller en ExistenZ, viaje burroughsiano por excelencia

jueves, octubre 18, 2007

Ivan Aivazovsky o cómo ver los agitados mares interiores

La décima ola, 1850

Según Gaston Bachelard, el poeta de las aguas densas, incontrolables y oscuras es, por excelencia, el maestro Poe. Su capacidad de leer las aguas marinas tormentosas, los estanques, el terror de alta mar y la oscura calma consiguiente, desde una perspectiva subjetiva, deviene, ante los ojos del filósofo francés, una senda directa al inconsciente y a la atracción hacia esa madre-muerte que es la mar, la mar de sueños, de mitos, la mar encantada. La atracción hacia la materialidad de esas aguas oscuras deviene en una “dipsomanía de la muerte”. Bajo la idea de esta subjetivización de la materia subyace la filosofía y la epistemología bachelardiana que consiste en que la naturaleza tiene, valga la redundancia, doble naturaleza y esto dentro de un estadio ontológico equivalente: las cosas de la naturaleza tienen cualidades objetivas como ser peso, volumen y densidad. A estas se añaden cualidades más sutiles, emocionales, subjetivas: cualidades oníricas, poéticas, divinas. Toda la naturaleza está inevitablemente atravesada por estás dos formas que no son sino formas de ver desde el ser humano. Dentro de las cosas de la naturaleza hay algunas que invitan más fácilmente a la objetivación y otras a la ensoñación, que no es otra cosa que una comunicación con los niveles más profundos de nuestro ser (para los que no nos gusta abusar del término de inconsciente por ser demasiado categórico, casi digital). El mar, de todas esas cosas de la naturaleza debe ser la más difícil de captar en sus cualidades objetivas. Su inmensidad, atemporalidad, ondulación y cadencia, color, profundidad y densidad son tales que hasta para el espíritu más positivista debe de ser difícil concebir esas gigantescas masas de agua como algo meramente objetivo. El mar, invita, casi inmediatamente, a la introspección. El mar, inevitablemente, nos activa algo de la memoria de la especie, una nostalgia y un terror que se entremezclan en la sensación más absoluta de pequeñez e insignificancia. Desde una perspectiva esotérica, donde todo paisaje exterior es una ventana hacia un paisaje interior, me pregunto qué querrá decirnos el mar. Arthur Gordon Pym encarna al héroe de Poe por excelencia: insaciable aventurero en búsqueda del naufragio y de la catástrofe marítima, repetidos bajo todas las variables posibles. El agua, al ser uno de los cuatro elementos poéticos, es una matriz de la imaginación humana; no hay un agua imaginaria sino varias: aguas claras, aguas densas, aguas corrientes, aguas estancadas, aguas calmas, aguas furiosas, lluvia, pantanos, etc, etc. Dentro de todas las posibilidades, las aguas de alta mar son las que mejor reflejan la potencialidad mortal e incontrolable de la materia y del deseo inconsciente que tenemos por ella, eso en nuestros sueños y, cómo no, en nuestras pesadillas.

Tormenta, 1854

La vida y obra de Poe, como las de todo gran visionario, representan un tránsito, un puente. En este caso se trata del tránsito entre dos tendencias importantísimas en la historia del arte que son el romanticismo y el simbolismo. En el espíritu romántico (Goethe, Mahler) subyacía la sólida intuición de aquello que cientos de años después Bachelard formularía bajo conceptos epistemológicos y psicológicos: la naturaleza comunica; empero el código, el canal, el medio, no es el de la experiencia objetiva que, para ser efectiva, debe neutralizar la imaginación creadora. La naturaleza es exaltada no en sus capacidades pasivas sino activas en el espíritu: la naturaleza vista no como cantidad (de volumen, de peso, etc.) sino como símbolo, en un intento desesperado de ver bajo la lupa arcaica del mundo pre-moderno, antes del desencanto weberiano.

En el simbolismo, la noción de espíritus de la naturaleza, subyacente ya en el romanticismo, deviene explícita: contra toda la corriente positivista en auge, estos artistas volvieron a dotar de duendes, ninfas y diantres a sus composiciones. El debate sobre los ángeles y la angelología en general, habían sido filosóficamente zanjados del panorama occidental: milagrosamente, esta cosmovisión animista, seguía viva y con una energía renovada en las notas, pinceladas y versos de los simbolistas.

El tema epistemológico esencial consiste en la percepción de la naturaleza. Llevando el espíritu romántico a sus límites, Poe hizo del agua el elemento matriz de su poesía, y no cualquier agua sino la más densa, la más salvaje que puebla nuestro mundo interior y de la cual las furiosas masas líquidas de alta mar no son sino el reflejo vivo. Así mismo pensé respecto a Ivan Aivazovsky (1817 - 1900), pintor crimeo de origen armenio, un artista empapado de l´air du temps: verdadero paradigma del espíritu del romanticismo y del tránsito al simbolismo. Su predilección por los paisajes marinos lo hace uno de esos artistas elementales en el sentido puro de la palabra: su arte busca la significación poética, subjetiva del elemento agua y, esto, en su presentación más dramática, grandilocuente, monstruosa y fascinante a la vez que es el mar.

El Mar Negro, 1881

El hecho de que este genial artista pintara sus paisajes de memoria o emanados directamente de su imaginación no es de sorprender al constatar el poder onírico de sus lienzos que, por su dramatismo e intensidad cromática, trascienden los mares objetivos (observables) para llegar a dialogar con los mares interiores y los estados emocionales que estos vehiculan en nuestra memoria secreta del universo. Una naturaleza transmutada, a eso llega la pincelada meticulosa de este pintor sin par que conoce el elemento objetivamente (la relación de proporciones, sus propiedades ópticas, su relación con la luminosidad ambiente, su morfología) para transportarlo al reino imaginal y convertirlo en símbolo, lo que es decir, subjetivo: agua absolutamente humana y por ende, generadora de una secreta empatía entre el espíritu humano y los espíritus de la naturaleza. La tormenta, el atardecer, la calma, la noche y la luz de luna, el puerto, la orilla, el naufragio, la furia y la muerte, el reflejo: todo lo que acaece en el mar acaece en el alma y en el cuerpo del ser humano, también un "planeta" a escala menor.

Contemplar un Aivazovsky es viajar, viajar muy lejos. Las aguas del mar son la invitación al viaje por excelencia. Parece paradójico que sea un boliviano el que haga una perorata sobre las aguas del mar; paradójico para un espíritu chato dado que, como bien decía Caye, prostituta callejera en "Princesas", largometraje de Fernando León Aranoa: “Las cosas existen porque alguien piensa en ellas”. ¿Cuánto más pensaremos los bolivianos en el mar sabiendo que una frontera artificial nos separa en los hechos de él? ¿Cuánto más lo tendremos presente en sueños? No es de olvidar que, desde una perspectiva bachelardiana, tiene que existir, en dimensiones aun mayores, un mar onírico, un mar de sueños, más bien. Un mar escondido en el que muchos oriundos de esta tierra nos damos un chapuzón de cuando en cuando. Un mar sin fronteras... como el olvido.


La ola, 1889

Para más información:
http://www.abcgallery.com/

Un pequeño homenaje en:
http://www.pescotis.blogspot.com/

jueves, octubre 11, 2007

Tímidos merodeos por el abigarrado y desmesurado universo de Kusturica

Hay directores hacedores de películas, ya sean muy buenas, buenas, regulares o malas, y hay otro tipo de directores, que no sólo crean películas, sino que construyen auténticos y personales universos. Ese es el caso del Yugoslavo, si es que hoy se puede usar este apelativo, Emir Kusturica. Durante una carrera que ya ha transcurrido cuarto de siglo, Kusturica ha elaborado ocho largometrajes de ficción, ganando casi todos los premios posibles en los máximos círculos festivaleros de Europa y calificativos tan audaces como lisonjeros, como el de ser el “nuevo” Fellini, o el Fellini de los Balcanes. No es una apreciación incorrecta el compararlo con el gigante italiano, ya que desde luego es una de las mayores influencias fílmicas de Kusturica, pero creo que el Bosnio ha logrado gambetear la sombra de uno de sus maestros y no ser un mero epígono, sino encaramarse en la escena cinematográfica con una visión de estampa propia.
El universo de Emir Kusturica debe ser uno de los más exhuberantes, excesivos y delirantes de la historia del cine. Kusturica goza de una gama de motivos recurrentes para llenar la gran pantalla que nos desbordan, nos hacen reír, nos embelesan, nos entristecen, en resumen nos llenan de emociones colmando nuestros sentidos. Bandas plagadas de músicos etilizados, diferentes animales revoloteando y urdiendo por toda la pantalla, personas voluntaria e involuntariamente colgadas, tahúres abatidos presas de sus incontrolables ludopatías, artefactos y personas voladoras, hermosas y feas novias, y bodas y más bodas, son a grandes rasgos parte del arsenal que Kusturica utiliza para trazar sus imágenes y para hilvanar sus tramas. Como dice Goran Gocic “(Kusturica) como todo gran artista, no sólo construye su propio mundo, sino los auténticos instrumentos para expresarlo”.
Y de este mundo tan abigarrado y exótico ¿qué es lo que nos puede fascinar a nosotros (los bolivianos) directamente? Creo que todo y aun más que a cualquiera. Kusturica es un cineasta que se ha nutrido de todas las artes: admirador incondicional de Buñuel, amante de la música gitana, heredero pictórico del judío ruso Marc Chagall y de Gabriel García Márquez entre tantos otros escritores latinoamericanos, todos estos autores que labraron su arte de una forma u otra “marginalmente” del epicentro cultural de occidente. Kusturica en su cine subsume todas estas vertientes artísticas, y nos entrega un cine marginal, un cine que se ubica a las afueras de un cine convencional, de un cine occidental, de un cine de recetas. Y lo extraordinario de las nutrientes artísticas que posee Kusturica, y del producto final que éste nos otorga a nosotros Bolivianos, es que pese a ser una persona nacida por no decir en las antípodas de nuestro país, su universo nos parece tan familiar, tan cercano, que casi nos hace pensar que lo que ocurre en la pantalla podría haberse dado con ciertos matices en una población a 45 minutos de La Paz, y esa fue la primera y más fuerte impresión que me embargó después de ver “Gato Negro, Gato Blanco” y que fue la primera que tuve el privilegio de ver entre todo el repertorio del Yugoslavo.
Para explicarme de forma mejor, quiero decir que pese a que vivimos en un mundo globalizado donde las grandes potencias económicas determinan todo y donde se pretende que un estándar rija sobre todos los países del mundo, tercer mundo incluido, es en los márgenes donde todo ese adoctrinamiento económico, cultural y estético cae, se desmorona. Y es que en los márgenes, léase Bolivia, o los balcanes gitanos, donde se crea una forma de resistencia a ese avasallamiento y donde tradiciones, cosmovisiones, y meras formas de vivir la vida, se hacen hermosamente incorruptibles, y es en esas incorruptibles tierras marginales, lejos del meollo de la crematística cultura occidental, donde se da un mágico encuentro, una asombrosa familiaridad, que se hace fascinante, por sobre todo, por la distancia geográfica y por las innumerables similitudes culturales de los mundos que finalmente se encuentran y se reconocen.
Entre todas las fascinaciones que el cine de Kusturica me produce, quizás este mágico encuentro, ajeno a las leyes de la lógica, como es en gran parte como opera su propio universo, es, creo, lo que nos hace sentir tan cercanos a Kusturica y a sus personajes, que más que ser héroes cinematográficos, son anti-héroes, que luchan y deambulan en un mundo maravilloso, donde la vida no es un milagro, como lo diría el mismo Kusturica, sino citando al poeta español Ramón de Campoamor “La vida es una gresca tragicomicoburlescajocososentimental”, nada mejor para resumir el inabarcable mundo de Kusturica.

Con Emir se me rebalsa el tintero, como a él el celuloide, por eso me vi impelido a realizar esta tímida e incompleta radiografía.

Continuará . . . tititiri tititiritatatara tatatara