sábado, noviembre 25, 2006

La tristeza de la cosas o “Madrid Blues – November Rain” cortesía de Haruki Murakami


“El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él , aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improvisto” H. Murakawari

En todas las solapas de los libros de Rodrigo Fresán encuentro comparaciones con Borges, en algunas si no creo recordar mal, dice que Fresán es un Borges elevado a la enésima potencia, lo cual para algunos puede ser una herejía, dada semejante comparación justamente con el epítome de la literatura argentina. No he leído lo suficiente de Fresán como para poder rebatir o aseverar rabiosamente tal afirmación, pero tras los primeros contactos que he estado teniendo con éste, tanto como narrador y como crítico, me provoca un sentimiento muy afín a Borges. Me explico. Siempre que me toca leer al “viejo” me provoca una insaciable sed de erudición, su intertextualidad me hace sentir que ojalá el día dure setenta y tres horas para poder devorar todos los libros de todos los autores a que el refiere, otros autores me provocan ésta sensación pero nunca de manera tan pronunciada. Con Fresán es diferente, pero a la vez muy afín, ya que cuando el te nombra algo, implícitamente te recomienda algo o explícitamente divulga a viento y marea un descubrimiento, me parece en lo poco que lo voy conociendo que acierta, que por ende me voy fiando de su ojo clínico, un Borges a la justísima potencia se podría decir.

Entonces a raíz de una reseña que Fresán realizó del libro “Kafka en la orilla”, me interesé por los libros del japonés Haruki Murakami, a quien por un impulso fresaniano y “la velocidad de las cosas” me vi impelido a leer. Mi elección, sin poder explicarla realmente fue “Tokio Blues – Norwegian Wood”, novela publicada en castellano el año 2005.

Es casi imposible disociar nuestra biografía de a pie con nuestra biografía bibliográfica, ya que ambas inciden mutuamente en un tiempo común y no voy a negar lo atribulados que fueron mis días en el momento que me toco enfrentarme a “Tokio Blues”. Me considero una persona tranquila pero por razones que aquí huelgan explicar, debido a mi situación sentimental mis nervios estaban a flor de piel, o si se prefiere una expresión más criolla, tenía “más nervios que pata ´e chancho”. Me sentía intranquilo y con la cabeza y las emociones deambulando por peligrosos atolladeros. De pronto de forma huidiza y con fin de ahuyentar momentáneamente mis pensamientos a otros derroteros, saqué el libro del japonés y empecé con su lectura.

Es difícil encontrar literatura, buena o mala, que te hechice a la cuarta o quinta cuartilla. Con Murakami eso era realidad y cuando quise darme cuenta llevaba leídas unas cincuenta páginas, lo cual desde luego no era lo más asombroso, sino que mi nerviosismo y mis preocupaciones no se habían olvidado, pero las sentía más controlables, parecían haber menguado. Sin pretenderlo me había estado enfrentando a una suerte de literatura balsámica e “hipnotizadora” (en palabras del mismo Fresán), que me permitía proseguir con mis mas tenaces afanes sin las tensiones de los momentos anteriores a la lectura. Cada nuevo enfrentamiento con “Tokio Blues” reducía las cotas de mis tribulaciones para trasladarme a una especie de paseo catárquico, donde me encontraba muy a gusto y del cual no estaba muy dispuesto a abandonar.

Sería quizás debido a esa percepción serena, no alborotada, que Murakami tiene para narrar su historia a partir de las experiencias emocionales de juventud de Watanabe, personajes principal de la novela, y como este se interrelaciona con el mundo y con las pocas personas de éste que no parecen ser fantasmas, sino que tienen verdadera entidad.

El tono melancólico, casi otoñal, de la novela como del personaje, es un vehículo ideal para narrar como Watanabe concibe el mundo, y la percepción de esto no la tenemos por mas que por las distintas relaciones que entronca con una serie de mujeres Naoko (la hermosa, silenciosa y enferma ex-novia de su mejor amigo), Midori (una sensual, simpática y libre estudiante), Hatsumi (abnegada novia de otro de otro amigo del protagonistas) y Reiko (mujer ya mayor, con problemas psíquicos y mejor amiga de Naoko). Todas ellas dibujarán el mapa de los sentimientos de Watanabe, consiguiendo provocar o sacar de él facetas diferentes, sin alterar en ningún momento, su inalterable personalidad y la comprensión, o ubicuidad, que el tiene del mundo conjugada con un peculiar sentido del humor, cosas que atraen de sobremanera a los personajes femeninos.

“Tokio Blues” es una novela de la vida y de la muerte, de personajes que se dividen en los absolutamente vitales como Midori y Reiko y con los fantasmales, que parecen pertenecer más al reino del Hades, como ser Naoko y Hatsumi. El suicidio es un espectro que recorre toda la novela, y es en definitiva uno de los grandes triunfos del novelista, el poder congeniar el reino de la vida con el de la muerte, dotando todo de una naturalidad que parece hacer de ambos reinos algo inextricable, como reza el mismo texto en la voz de Watanabe “la muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida”.

La inmersión al universo de “Tokio Blues” es triste, melancólica, pero a la vez apacible y como ya dijimos, cercana a la catarsis. Murakami tiene esa virtud de los artistas orientales de a través de su oficio acercarnos a olores, colores y paisajes que pese a ser reconocibles se nos asemejan a lo mágico. Justo cuando indagaba en la reseña de Fresán sobre éste libro y que lo tilda de hipnótico y opiáceo (lo cual está escrito en la cinta que acompaña la novela y ahí terminaba la cita), me complací de constatar que esos adjetivos venían seguidos de “que recuerdan al cine de Wong Kar-Wai” (frase omitida en la cinta) y me quedé pensando, ufano, en que tendrán Murakami como Wong Kar-Wai para poder provocar, cado uno con su fórmula alquímica, esa purificación tan cercana a un nostálgico embelesamiento.

jueves, noviembre 23, 2006

Algunas palabras sobre “Permanent Vacation” (opera prima de Jim Jarmusch)


"La vida no tiene trama, ¿por qué entonces las películas o la narrativa?" J. J.

Obra fundacional de uno de los autores cinematográficos más importantes de los últimos tiempos, “Permanent Vacation” es una pequeña película que pretende contar, como su mismo personaje enuncia “parte de una historia” que es la de Alloisiuos Parker. Allie, como el mismo se autodenomina, es un extraño, un extranjero, un alma alienada que vaga por despobladas manzanas neoyorkinas con el fin de errar, de mudar, y así tiene encuentros peculiares con gente que parece de una manera distinta igualmente alienada.

Muchos de los intereses y motivos que Jarmusch desarrollará durante su carrera, ya se ven medianamente enunciados. El tema de el “extranjero”, el laconismo diegético, la música y el músico como elementos imprescindibles, personajes de una taciturna y melancólica libertad de espíritu, el encuentro fortuito y la huida a no se sabe donde; esas y más cosas ya presentes en “Permanent Vacation” se convertirán en rasgos distintivos del cine de Jarmusch, aunque pocas veces afrontadas de manera tan personal, ya que dentro de la libertad creativa que tuvo en éste, su primer proyecto, parece querer reflejar mucho de su alma y de esos “days of being wild”, que todos en mayor o menor medida hemos vivido y que hemos percibido confusamente de una forma u otra en nuestra temprana juventud.

Mas que como una gran película, uno goza del acercamiento hacía la mente primigenia de Jim, para así comprender desde la raíz lo personal que ha sido su apuesta desde siempre y que pese a haber llegado a pulir sus joyas con la maestría del orfebre, siempre está ese omnipresente Allie crecido ya, maduro, pero igual de incómodo y alienado gozando se sus vacaciones permanentes por la vida.

jueves, noviembre 09, 2006

Luces en la oscuridad u otro paseo por Akilandia


Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor.

Carlos Gardel, "Volver"




“Luces al atardecer” o “Lights in the dusk” (Luces en el crepúsculo), es el título de la última obra de Aki Kaurismaki, y cómo no, denota esa poética cariñosa, triste y melancólica de exigua esperanza. De por si el título nos confronta con esa dicotomía entre la luz y la palpable oscuridad, en la que alguna habrá de prevalecer, la luz como hálito de una esperanza denostada o en su defecto, la extinción de ese hálito a los dominios de la oscuridad; es quizás el viaje o la pesquisa que Kaurismaki propone en ésta película, y que con él emprende su personaje Koistinen, y nosotros, sus más empedernidos seguidores.

“Luces al atardecer” es el final de la trilogía de los trabajadores o de los perdedores como el la denomina, que empezó con “Nubes pasajeras (1996)” y continuó con la multipremiada “Un hombre sin pasado (2002)”, la primera de ellas tratando el desempleo, la segunda a los sin hogar y finalmente la que nos concierne, la soledad y el desamparo.

“Luces al atardecer” nos cuenta la historia de Koistinen, un guardia de seguridad que vaga por la vida en una pasmosa soledad, tratado con desprecio por sus colegas y condenado a una vida rutinaria sin esperanzas de mejora, cuando súbitamente conoce a Mirja, una atractiva joven de la cual cae enamorado y por la cual es manipulado, para que la banda de atracantes para la que ella opera, lleven a cabo un robo a costa del inocente Koistinen, que termina pagando los crímenes ajenos.

Con esa premisa narrativa Kaurismaki nos devuelve una vez más a su pequeño y magnífico universo, Akilandia (como nos diría la actriz Maria Järvenhelmi a como se conoce en Finlandia el mundo donde Aki presenta sus películas), un sitio con tiempo y lugares inexactos, pintados con la brocha de ese maravilloso fotógrafo e infatigable colaborador del director, Timo Salminen, acompañados con nostálgicos tangos de Carlos Gardel, “Volver” y “El día que me quieras” que abren y cierran la cinta, respectivamente otorgando un tono análogo y un paralelismo inevitable entre el invierno porteño con la primavera de Helsinki.

Al salir de la proyección le pregunté a un amigo crítico de cine qué le había parecido el filme y me respondió “bueno, te tiene que gustar Kaurismaki”, y en ese sentido debo decirles antes que después que a mi me encanta Kaurismaki, por lo cual no pretendo ser objetivo, más bien procurar el desentrañar un poco su mundo para que cuando sea tengan la oportunidad de enfrentarse con él, se sientan exhortados, aunque sea medianamente. Pero cabe aclarar que aunque mi amigo si porta razón al decir que uno tiene que gustar Kaurismaki, no creo que eso debe entenderse como algo reduccionista, ya que Kaurismaki te puede llegar a gustar por muchas cosas, ya que como todo gran cineasta o artista (y Aki de seguro lo es), se está codeando a su peculiar manera con asuntos universales que en el fondo nos conciernen a todos.

En el caso puntual de “Luces al atardecer”, nos topamos ante la más fría y descarnada representación dentro de la trilogía de los perdedores, ya que Kaurismaki tiene la extraordinaria facilidad para contarnos una historia tremendamente trágica y hacernos reír al unísono, en eso se le nota un parentesco que se remonta al mismísimo Chaplin, ya que otra cosa que es inevitable en sus películas es el hacernos sentir empatía, compasión y cariño por sus lacónicos “perdedores”, aunque en el caso presente es mas la compasión que las risas las que nos provoca el protagonista. Las risas ya las provocó el mismo Aki en la conferencia de prensa otorgada en Cannes en la presentación de la película cuando dijo "Mientras mas vieja sea la música, cuesta más barato. Y ante la mención de por qué hay tango en mi película es debido a que el tango fue llevado por marineros finlandeses a Argentina" y cuando se refirió a Almodóvar que también usa la canción “Volver” , “Pedro lleva toda su vida imitándome, yo ya no sé qué hacer. ¿Así que, también ha metido 'Volver' en su película...? Pues que se acuerde de Eurovisión: Finlandia gana, mientras que España saca poco más de ocho puntos"

Koistinen, es un perdedor de pura y dura estirpe kaurismakiana, pero el mundo que habita se presenta más hostil que el de sus colegas de continuas derrotas, la soledad parece ser un mal mayor dentro de un mundo que deviene cada vez más pesimista. En las dos películas antecesoras, si bien, la realidad era muy cruda, los personajes que rodeaban al principal hacían de una forma u otra más llevadera la situación. Koistinen, en cambio, es rechazado por casi todos y a los que no lo rechazan, él se encarga de mantenerlos alejados. Koistinen es como un perro abandonado que yerra por una ciudad crepuscular enfrentando a la vida con valores muy fuertes, fuentes de su encarnado estoicismo. “Solo como un perro” se menciona durante la película, y no parece ser otra cosa que la descripción del personaje principal, donde el perro ha sido sustituido como mejor amigo del hombre por el cigarrillo, que más bien podría denominarse como “el único amigo del hombre”.

Dentro de este corto relato, ya que la película dura poco más de 80 minutos, impresiona la facilidad que tiene el director de mostrarnos tantas cosas. Lo fácil que se le hace representar los oficios de las personas en un par de planos, cómo nos expresa las emociones de los personajes con dos miradas dentro de encuadres cerrados y con escasísimas palabras que generalmente nunca expresan esos sentires, sino frases inconexas y sin mucho sentido y por último ejemplo, las transiciones que más que elipsis cinematográficas, son interludios que nos dibujan un entorno que refleja en el fondo el ánimo del personaje.

Pese al desesperanzado y pesimista recorrido por los recovecos de Akilandia en ésta su última aventura fílmica, nos quedamos nuevamente con el alma encogida y enternecida, aunque sea por ese último fotograma que nos permite atisbar un hálito de esperanza en la vida y en el porvenir como canta el tango “guardo escondida/ una esperanza humilde/
que es toda la fortuna/ de mi corazón”, y también, porque como pocas cosas en la vida, y eso en un nivel muy personal, presenciar una película de Kaurismaki es una de esas pocas experiencias en las que siento que algún ser incorpóreo de paso, viniera y me diera una caricia al alma, y como no “Luces al atardecer”, no es la excepción.


Acaricia mi ensueño
el suave murmullo
de tu suspirar.
Como ríe la vida
si tus ojos negros
me quieren mirar.

Carlos Gardel, "El día que me quieras"